domingo, 4 de marzo de 2018

CUANDO EL ESPACIO ESCÉNICO Y EL ESPACIO TEATRAL SE FUSIONAN: POEMA ORDINARIO.





Con dramaturgia de Juan Ignacio Fernández y dirección de Lisandro Penelas, Poema Ordinario, obra ganadora del Premio Artei a la Producción de Teatro Independiente 2017, se estrenó en Moscú Teatro Escuela, ubicado en un primer piso por escalera compuesto por un pequeño hall, cocina, baño y un cuarto más amplio destinado a la actuación. Es habitual en la cartelera teatral porteña encontrar espectáculos realizados en ámbitos domésticos (casas familiares, departamentos, garajes) acondicionados para recibir público y debidamente acondicionados y habilitados para tal fin.

Lo original de esta puesta en escena es que José Escobar convierte a todo el espacio teatral en espacio escenográfico y que opera como catalizador frente a lo extrañamente irreal que por momentos propone el texto.

Tal como lo anticipa la sinopsis, la acción se sitúa “al borde de una barranca que apenas frena la naturaleza del Paraná, en una vieja casa familiar” y el conflicto se desencadena cuando “una noche de verano, como un animal sigiloso que trae el río, vuelve al hogar el hijo mayor y despierta, como en cada retorno, lo que se esconde en el pasado y entre los pastizales” (Programa de mano). El escenógrafo propone a partir de la colisión entre el adentro y el afuera, una visión de las acciones que se desarrollan en el interior del interior (el hall, el baño y la cocina del teatro que reconvertidas en las de la casa familiar) y dos tipos de exteriores, el del patio y otro, citado, que remite a lo que existe fuera de los límites de esa propiedad.

La escenografía opera también como refuerzo de las metáforas que ofrece el texto: el borde (vidas al borde de la locura, al borde de ser destruidas por la naturaleza o por el animal devorador y peligro, siempre agazapado) y la evasión (la madre a través de la bebida, la hija a través del cine y el hijo, a través de la huida). Los secretos que los miembros de la familia esconde en el interior de la casa, se revelan en ese patio a partir de conflictos y confesiones, y al mismo tiempo, se conectan con un afuera citado a través del discurso (el del hijo sobre el padre ausente, el del joven huésped sobre sus proyectos). El lugar designado como los pastizales que alojan al monstruo escondido y que eventualmente reaparece, corresponde al ocupado por los espectadores quienes, para llegar allí y salir al final de la función, deben atravesar el espacio de esa vieja casa familiar.

Poema ordinario se conecta con dos piezas anteriores, Monstruo, una fábula política (2014) y La crueldad de los animales (2015) en algunos aspectos. Con esta última, la elección de una familia disfuncional, los valores degradados, una casa ubicada den una barranca junto al río, una ubicación temporal expresa; con la primera, la elección del “monstruo” como elemento simbólico que remite a una situación “al borde” del caos, a la fuerza devastadora que constituye un enemigo quimérico, pero que en el plano sicológico alude “a las potencias inferiores que constituyen los estratos más profundos de la geología espiritual desde donde pueden reactivarse…” (Juan-Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos). Este último sentido resulta claro en Poema ordinario, título que en sí mismo encierra un oxímoron poema/teatro, y una ambigüedad con un calificativo de varios significados como ordinario.

No busco explicar la obra sino expresar lo que mi recepción fue capaz de (re)armar a partir de lo que vi, y reflexionar sobre lo que implica la escenografía como construcción/estructura como elemento vertebral de la acción escénica; cómo especialmente en este espectáculo, el discurso verbal y corporal de los actores junto con el espacio diseñado potencia la relación entre el adentro y el afuera, entre lo visto y lo citado, entre lo dicho y lo callado, entre lo visible y lo oculto, entre lo cotidiano y lo siniestro, entre lo deseado y lo vivido, y al mismo tiempo, los inestables y porosos bordes entre la razón y el deseo.
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Año III, n° 117
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