lunes, 18 de diciembre de 2017

LA PATAGONIA Y SUS DRAMATURGOS (PARTE I).



Hacia fines de los ´50 el drama rural había presentado el juego de relaciones conflictivas entre el gringo y el gaucho, el criollo y la tierra o las tensiones entre la vida del campo y de la ciudad, temas exhaustivamente estudiados por calificados investigadores como Arturo Berenguer Carisomo, Luis Ordaz y Raúl H. Castagnino.

A partir de las últimas décadas del siglo XX, la Patagonia aparece como un espacio privilegiado donde operan conjuntamente las fuerzas de la naturaleza y distintos agentes de la historia. El viento que sopla, siempre, en todas partes, con fuerza inextinguible, funciona a la vez, como signo de un lugar maravilloso. Una encrucijada o un desvío pueden contemplarse como elementos reveladores de un conjunto de presencias; viajeros y peregrinos, pioneros y desertores, extranjeros, indios o gauchos se encuentran inmensos en una espacialidad activa, significante, forzados todos ellos a redefinir sus relaciones con la naturaleza. La tierra es un ser viviente, el paisaje es morada del pensamiento.

  Algunos dramaturgos de distintas procedencias y contextos culturales han coincidido en aportar una visión rica y compleja: Patagonia no es sólo desierto, vacío y silencio, sino un espacio poblado de fuerzas inagotables y creadoras siempre que el hombre las sepa descubrir.


Gerardo Pennini, quien comenzara como dramaturgista y director en los ´80 en el distrito de Aluminé (véase el blog n° 106), continúa en los ´90 como dramaturgo en la ciudad de Neuquén, presentado su “Díptico Neuquino” integrado por Un cielorraso lleno de rabanitos y Como diría Jauretche, ambas de 1999.

  En la primera son los discursos de viejos pioneros nativos e inmigrantes depositados en un hospital rural los que diseñan el espacio: un espacio citado, evocado, en el que conviven la lucidez y la locura. Camioneros de los pasos cordilleranos, semicongelados, semiembriagados por el anís o la chicha de uva para combatir el frío y el sueño, puesteros de Catriel a los que le arrebataron sus pertenencias, trabajadores de la mina de San Eduardo, en Chos Malal, estafados, y agricultores sin tierra, víctimas de las inundaciones, son los protagonistas-víctimas de una política de abandono e indiferencia implementada sistemáticamente. Es la historia de una parte de nuestro país, contada desde la enfermedad y la vejez por marginales que nunca pudieron tener voz. Para esta historia construida con fragmentos deshilachados -tal vez la manera más apropiada en que puede ser contada- el dramaturgo sigue los cánones propios del realismo: exactitud en la observación y descripción de los sucesos, reproducción de circunstancias típicas, elección de tipos sociales claramente reconocibles. El espacio cerrado elegido -una sala de un precario hospital- funciona como unívoco signo de la clausura y el aislamiento.

  En Como diría Jauretche
[1], Pennini retoma dos de sus tópicos preferidos: una, el de la venalidad de los políticos, ejemplificado aquí en la figura del militante rentado; el otro, la tierra neuquina como zona de paso, de tránsito, o de estéril espera. Pero en lugar del realismo, opta por una escritura atravesada por el absurdo y el grotesco. En la carta que el dramaturgo me enviara el 27 de septiembre de 1999 me comentaba que la elección del lugar en el que se desarrollaría la acción, una estación de tren que a lo largo de la obra se va desmantelando, busca representar “la esencia del Neuquén con su antes y después del ferrocarril”. Las cuatro mujeres que dialogan incorporan de modo simultáneo sucesos acaecidos entre 1930 y el fin de siglo XX, portadora de nombres no familiares (Penélope, Yisel, Nimia y Fany) y edades indefinidas, recorren sin rumbo el espacio esperando la llegada del tren. Un tren siniestro que se lleva las ovejas y trae presos, carga toda la verdura y la fruta, y descarga ataúdes. Ya no queda nada en el Neuquén, mientras ellas discuten si democracia o dictadura o se pelean por los despojos, mientras los hombres pelean en las rutas. La estación ya se ha desmantelado y antes del apagón, todo el escenario representa el paso del tren, que aplasta a dos de las mujeres, y arroja entre los escombros y la basura a las dos restantes. No habrá más espera, porque no hay más futuro.

  Hugo Saccoccia, radicado en Zapala desde 1980 estrenó Pioneros en 1985. Se basó en documentos, entrevistas y leyendas referidas a Hosking Trannack, médico inglés que abandonando una más que confortable residencia en Oxford, llegó a nuestro país en 1889 con su esposa y seis hijos. No cuenta con datos ciertos sobre los motivos que lo llevaron a semejante decisión, pero sí sobre su increíble itinerario por las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y La Pampa y finalmente, su radicación en Zapala, en 1913.

  Propone un dibujo preciso del espacio y un ceñido encuadre temporal que se complemente con los diálogos: los cuadros 2, 4, 6 y 9, se ubican en un pasado lejano (última década XIX) en las tierras patagónicas; los cuadros 3,5 y 7, en un pasado más reciente (entre 1970 y 1980); los dos últimos en un almacén depósito de frutos y mercaderías; y los cuadros 1 y 8, en el presente de la obra, en cercanías del Cerro Michancheo.

  Este espacio referencial histórico y las precisiones topográficas funcionan como coordenadas que guían al lector/espectador en el itinerario de los Trannack. El espacio exterior está caracterizados por dos elementos, uno dinámico y otro estático: el viento y la soledad. Y su protagonismo es tal que no hay posibilidad de espacios interiores, y cuando estos son mencionados en las acotaciones o en los diálogos, participan a la vez que de lo privado, de lo exterior. El afuera lo invade todo (el viento, el agua, el fuego, el indio). Hanrriette toca el piano
[2] instalado en el carromato de campaña ante la presencia amenazante de los indios, y Hosking debe compartir con ellos su whisky; todos los objetos biográficos (mesa, vajilla, mantel, ropa, piano) quedará a merced de un torbellino, a pesar de los desesperados esfuerzos que los miembros de la familia hagan para evitar que el viento se lleve la carpa; el depósito y el almacén del Vendedor se destruirá por un incendio.

  Ese espacio, antes habitado y dominado por el indio, el colonizador anglosajón y el criollo, y luego por sus descendientes, continúa siendo escenarios de conflictos y desencuentros. Para Hosking, el visionario (como probablemente para los otros visionarios que hoy habitan y aman la Patagonia) la promesa de fertilidad está inscripta a manera de huellas/indicios en el propio paisaje desolado; la confrontación entre fertilidad y desolación deriva en una partición del espacio, se expone en superficies ensambladas que son como la reversibilidad a realizar. Y, agitada por los contrastes de la desolación y de la generación, la relación de anverso y reverso se despliega, se hace visible.

  Pasado y presente resultan confrontados en términos de utopía y realidad. El sueño de Hosking que termina siendo compartido por su esposa, un hermoso pueblo rodeado de pastos y arroyos, acequias, y habitantes que confraternizan con el indio, se contrapone a un presente en el que el indio ha sido exterminado o confinado, donde no hay pastos ni ríos. Es el hoy que predice el hijo: un pueblo como tantos otros en el que los fuertes se aprovecharán de los débiles, “los pastos morirán pisoteados por los carruajes (…) los indios desaparecerán de a poco por una civilización más combativa! Y su hermosa teoría de un mundo mejor…se irá a la mierda!”

  Pero aún queda la antigua ruta por donde los Trannack llegaran, viejos paisanos que esperan, y sobre todo, jóvenes que son capaces de descubrir en los restos del pasado símbolos movilizadores. No se podrán recobrar ni el arroyo ni las pasturas, inmersas en un mundo de leyenda, pero sí una memoria histórica que rescata los orígenes.

 Las licencias que el dramaturgo se toma con la historia no son arbitrarias. La alteración del orden cronológico del relato, impide que sea leída como una “historia más” sobre los hecho notables de algunos antepasados; si bien importa la gesta de una familia de pioneros, la clave se encuentra en la confrontación permanente entre realidad y utopías, entre los interrogantes generados en ese pasado y las posibles respuestas que se continúen dando desde nuestro presente.

 www.goenescena.blogspot.com.ar
Año II. N° 107
pzayaslima@gmail.com



[1] Arturo Jauretche  en sus ensayos cuestionó permanentemente  los criterios aceptados  sobre civilización y barbarie, advirtió sobre la falsificación de la historia, y luchó en contra  de  los procesos de colonización cultural en la  Argentina
[2] De acuerdo con las fuentes históricas que consultó Hugo  Saccoccia,  Hanrriette era concertista de piano y profesora de música y traía sus instrumentos. Por las noches se vestían de gala y en el comedor, después de cenar, interpretaba sus conciertos.  El desprevenido indígena que se acercaba podía escuchar la  misa de  Bach en Sí Menor o el  coro del  Mesías, de  Haendel. La caravana se detenía una meses y desde ella, realizaban  expediciones buscando un lugar que los entusiasmara, para radicarse definitivamente.  En una de las expediciones llegaron hasta el establecimiento ganadero “Zapala” del Dr. Pedro  Florencio  Roberts, a quien le compran veinte leguas de campo.  Si bien los  Trannack no fueron los primeros en vivir en lugar, tomaron la iniciativa de fraccionar un loteo, ceder tierras al  Ferrocarril del Sur, y de proponer la creación de un pueblo. El 12 de julio de  1913,  en que se realizó el loteo, se considera oficialmente como la fecha de fundación de la ciudad de Zapala.

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