viernes, 18 de agosto de 2017

ALBERTO DRAGO ESTRENÓ CONTEMPLO LA NIEVE QUE CAE BLANDAMENTE.


En El Tinglado, teatro que desde ya hace varias temporadas estrena exitosas y calificadas obras, generando así una continuada corriente de público, Eduardo Lamoglia dirige la nueva pieza de Alberto Drago, Contemplo la nieve que cae blandamente. Este autor,  desde mediados de los  ´70 con Sábado de vino y gloria, se instala  como un dramaturgo que aporta al desarrollo del  teatro nacional tanto temática como estilísticamente. Con La Navarro -inspirada en la Medea de Eurípides y trabajada a partir del concepto de arquetipo de  Jung- realizaba un doble juego: jerarquizar un momento de la historia  argentina “con el empleo de un ideologema prestigioso y universal” y resignificarlo “al enaltecer la acción salvífica por parte del indio (…) Frente a un mito literario coagulado, nuestro dramaturgo propone otro, liberador, asociado con la utopía”[1]. La relación entre tango y teatro aparece enfocada desde originales ángulos en Rubias de New York  -sobre el tema cantado por Gardel- y Milonga –historias con milongas para cuyo tema compone “Milonga del Cuarto Oscuro”, “un corazón de milonga” y “la contraseña”-. En su monólogo Yo me mando a mudar utiliza el humor como instrumento superador de la angustia del abandono de una abuela, lo que le permite mostrar cómo los vínculos familiares pueden operar como factor de perturbación.

La selección de esta obras dentro de la extensa lista de su producción estrenada y publicada, no resultan arbitrarias a la hora de referirnos a Contemplo la nieve que cae blandamente. Sin reiterar a las anteriores, pero de una manera sutil incorporando algunos elementos de ellas, Drago construye una pieza sustentada en un diálogo que conduce al progreso de la acción, dinamiza las posibilidades del humor, permite diseñar a los personajes (padre e hijo), contextualiza y ensambla varias temporalidades que afectan a la historia argentina y latinoamericana, y hasta permite introducir marcas que permiten que el receptor reconozca citas literarias  (Borges como polémico y famoso escritor y conferencista), teatrales (El viejo criado, de Roberto Cossa) y autorreferencias (el tango, la milonga y Gardel, citas de otras anteriores). Y no deja afuera elementos míticos: la añoranza de una edad de oro y la utopía de una Argentina europea, por parte del padre; el cruce del umbral hacia un espacio y un tiempo de libertad (el hijo)

La escenografía de Sabrina López Hovhannessian acierta en la creación de un espacio interior que  permite tanto marcar el aislamiento de los personajes solos en una confitería rodeados con mesas vacías, sin parroquianos, como  subrayar la puesta escena de un discurso verbal que marca la dicotomía entre el adentro en el que el espectador observa el debate entre el padre y el hijo, y el afuera citado en el que mozos y clientes se encuentran  contemplando cómo nieva en Buenos  Aires. Creo que a la homogénea propuesta del autor, el director y la escenógrafa,  puede aplicarse lo que Thomas Postlewait decía sobre cómo Tennessee Williams componía la básica dicotomía entre el interior y el exterior estableciendo tres (y no dos) campos espaciales  que operaban visible y temáticamente en sus obras: “an enclosed space of retreat, entrapment, and defeat, a mediated or threshold space of confrontation and negotiation, and an exterior or distant space of hope, illusion, escape, or freedom.” (p. 49)[2]

La representación subraya la oposición de ambos personajes, no sólo por el enfrentamiento generacional (padre/hijo) e ideológico (derecha/izquierda) sino por la mesurada actuación de  Ulises  Puiggros que muestra el comportamiento lineal, progresivo y fácil de decodificar del hijo en busca de una confirmación identitaria, y el trabajo  de Julio  Ordano que sabe identificar y trasmitir los intrincados vericuetos de la trama interna de su personaje (el padre), sus objetivos, motivaciones, contradicciones y acciones. A través de su discurso verbal y trabajo corporal (movimiento, postura, gestos) logra que en diferentes secuencias, lo referencial se borre gradualmente y se recubra de un estatus mítico. Es precisamente su minucioso trabajo y personal visión sobre este padre, egoísta, megalómano, talentoso y reaccionario a la vez, y su capacidad de conciliar el humor y lo patético, lo que evita caer al personaje en una caricatura o en un estereotipo.
Sin duda, parafraseando a Stephen King, los productos artísticos se crean para disfrutarlos más que para deconstruirlos. La obra de Drago y la puesta en escena de Lamoglia al frente de un creativo equipo generan disfrute, un disfrute que lleva también al espectador al campo de la reflexión sobre la soledad, los vínculos familiares, la identidad, las ideologías, los clichés, o la fama. 

Año II, n° 90
pzayaslima@gmail.com



[1] Perla  Zayas de Lima, El universo mítico de los argentinos en escena, Instituto  Nacional del  Teatro, 2010, t. I, p.112.
[2]  “Spatial Order and Meaning in the Theatre”, Assaph, C, N° 10, 1994.

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