sábado, 11 de febrero de 2017

I.D.I.O.TA. UN TEXTO DE JORDI CASANOVAS EN BUENOS AIRES.

La obra de Jordi  Casanovas, adaptada y dirigida  por  Daniel  Veronese en el inicio de la temporada  2017 en el Teatro El Picadero se ha convertido en una exitosa convocatoria, y la obra ofrece algunos puntos interesantes sobre los cuales reflexionar. Ante todo lo que se refiere al título ya que su relación con el texto implica un tratamiento específico de la referencialización. Mientras  que en el teatro del absurdo título y texto solían contradecirse, y los referentes quedar neutralizados, en este caso el texto se refiere al título y viceversa, al tiempo que se juega con la evaluación que del título realiza el espectador. El código implícito la  “idiotez”, que parece estar encarnada en Carlos Varela (Luis Machín), se enrique a lo largo del desarrollo de la acción un sistema de referentes que permite su aceptación por parte de los receptores y se termina de completar con la explicación que da la Doctora  Edeltraud  (María José Gabin) sobre el éxito de un proyecto de investigación  -su sigla también se identifica con el título de la obra- sobre el nivel de tolerancia a los autoritarismo por una parte de la humanidad (se trate de españoles –según el autor- o de argentinos-según esta versión. La idiotez como resultado de una mezcla de mediocridad, carencia de valores espirituales, cobardía e individualismo.
Nos encontramos frente a un teatro realista del siglo XXI, realismo entendido en el sentido que le  diera en los años ´80 el director español Jordi Mesalles, no como reflejo de la realidad sino capaz de mostrar la realidad como teatro y demuestre cómo funciona lo real; una teatralidad que ayude  a desmontar algunos mitos actuales, y los mecanismo de reproducción ideológica (El Público,  Verano, 1984, p. 50).
 
La puesta recurre a puntuales “apartes” que congelan el tipo y amplía el espacio al tiempo que convierten al público en un destinatario específico. Las proyecciones con sus primeros planos y su evidente contemporaneidad con lo que sucede en el afuera y lo que está sucediendo en el escenario funcionan como elementos determinantes del desarrollo de los acontecimientos. La marcación en el cómo encarar la representación de los personajes refuerzan las oposiciones sobre las que originariamente fueron concebidas por el autor: hombre y mujer (mitos sobre lo que supone es propio de lo masculino y de lo femenino), el ignorante manipulado y la investigadora manipuladora; el sujeto al que una crisis lo modifica y pone en evidencia, la profesional que se mantiene inalterable ante los acontecimientos. Los cuerpos de los actores, con sus actitudes posturales y gestualidad  (y por momentos su carencia), los tonos y el volumen de la voz subrayan este diseño de campos polarizados.
 
La elección del espacio escenográfico luminoso pero cerrado, aséptico, y gobernado tecnológicamente desde un afuera que no se puede controlar permite el tránsito desde un optimismo triunfante a la irracionalidad despiadada; como en el barroco  -pero en este caso a través de elementos tecnológicos del siglo XXI- se propone un juego de espejos que permite aflorar en el individuo lo primitivo, el desengaño, y la soledad. Los logros de la ciencia y la razón no contribuyen al progreso sino a potenciar “crisis”, que no siempre los seres humanos están preparados para resolver. Si el motivo del encierro remite a Sartre; la existencia de un afuera amenazante y desconocido para algunos de los personajes, a Pinter.
El texto desde los comienzos ofrece una acción que progresivamente se va convirtiendo en una historia; es mérito de esta puesta en escena que la acción temática se  convierte en un desarrollo que atrapa al espectador hasta el final; convierte a las palabras del texto en un efectivo “verbo proferido y activo” (Ghéon), la relación inseparable que motoriza entre los personajes y  la escenografía genera  “una impresión única y armoniosa” (Rouché).  Veronese se ubica así en un afinado intérprete de Casanovas.

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