domingo, 3 de abril de 2016

El Instituto Di Tella, un coto de vanguardia. (Parte I)

Hoy retomo un viejo título que utilicé en  1988 cuando me referí al  Di  Tella en la desaparecida revista Espacio de Crítica e Investigación Teatral, y vuelvo a reflexionar sobre un tema cuya vigencia parece no caducar. Basta con leer el libro Teatro Expandido en el Di Tella. La escena experimental  argentina en los años  60, de Fernanda Pinta, publicada por Biblos en el 2013, o  prestar atención  a la realización de una exposición antológica de Roberto Plate en marzo del 2016 en la que se ofrecieron una serie de charlas, videos y performances. Entre las primeras resulta significativa la protagonizada por el dramaturgo  Kado Kostzer, en la que anunció la aparición de su nuevo libro La Generación Di Tella y otras intoxicaciones. Estos  hechos me estimulan  a reexaminar  y reagrupar algunos datos y reflexiones sobre el tema, que originalmente había plasmado en mi Relevamiento del teatro argentino (1943-1975), publicado por  Rodolfo  Alonso en 1983 (dos años antes que apareciera el estudio de  John King).
Cuando hablo de teatro experimental en la Argentina me remito  a la década del ´60 en la que numerosos elencos que ya venían trabajando, coincidieron en intentar nuevos caminos de expresión, técnicas renovadoras y una independencia radical en la instancia de la producción. De una larga lista recordamos especialmente el Instituto de  Arte Moderno (IAM), el Teatro de la  Alianza Francesa (TAF), el Centro de Artes y Ciencias, el Teatro de la Peste, el Café Teatral Estudio, y el Nuevo Teatro. A estos se sumaron el grupo Yenesí, el TIM Teatro y el Instituto Di Tella (ITDT), que se convirtió en el más importante de los centros de experimentación artística que tuvo el país y al que específicamente nos referiremos porque creo que lo allí realizado ofrece varias claves para entender nuestro presente teatral. Adhiero, fervientemente, a las palabras del escritor sueco Henning Mankell, en El hombre inquieto: “La historia no es sólo lo que queda a nuestra espalda, también nos acompaña”.
Ante todo, algunos datos informativos. Sobre su estructura y sus propósitos.
Los centros que conformaban la estructura del Instituto y los nombres de quienes se hallaban al frente de ellos son altamente significativos.  El directorio, presidido por María Robiola Di Tella, estaba integrado por  Guido  Di Tella,  Guido  Clutterbuck, Mario Robiola,  Torcuato A. Sozio,  Torcuato S. Di Tella y Enrique  Oteiza. Tres centros  desarrollaron tres disciplinas básicas: Arte, Medicina y Ciencias  Sociales.
En el primero de los campos,  Jorge  Romero  Brest estuvo al frente del  Centro de  Artes  Visuales  (CAV),  Roberto Villanueva, del Centro de Experimentación Audiovisual (CEA), y  Alberto Ginastera, del  Centro Latinoamericano de  Altos  Estudios Musicales (CLAEM). A estos  Centros de carácter permanente se  agregaron en los últimos meses de 1966 Centros Asociados: el Centro de Investigaciones Neurológicas dirigido por  el  Dr. Raúl Carrea; el  Centro de Investigaciones en  Ciencias de la  Educación, por  Gilda L. de Romero Brest; y el Centro de Estudios  Urbanos y Regionales, por Jorge  Enrique Hardoy.  Las tareas de creación e investigación  debían estar al servicio de la comunidad, para ello el ITDT contaba con una serie de Organismos  Complementarios: Biblioteca  de Ciencias  Sociales y Arte, Departamento de  Becas, Laboratorio Fotográfico,  Departamento de  Diseño  gráfico,  editorial del  instituto, y un departamento de adherentes a los centros de arte.
 Interesa detenernos en el  Centro de  Experimentación Audiovisual (CEA) y en las actividades allí generadas desde fines de 1963 en adelante, y partir del pensamiento que su  director Roberto  Villanueva dejara explicitados en sus archivos:
 “Desde que el hombre comenzó a usar palabras para explicitar sus gestos, desde que la  música comenzó a acompañar esos gestos suyos para la danza, comenzó la historia de la expresión audiovisual, y desde el principio, gesto y sonido interdependientes fueron el medio natural de la expresión y la comunicación humana, el medio de su lenguaje. Todo lenguaje está siempre haciéndose, es esencialmente experimentación. Y nuevas técnicas buscan ahondar en el habla del hombre y buscan una resonancia, una amplitud de destinatarios cada vez mayor. El lenguaje tiene su historia como espectáculo desde que la danza y el teatro y los rapsodas que pueblan de imaginería la palabra, convocan al público y lo hacen participar fuertemente con sus técnicas particulares, pero que siempre son de representación (cine, televisión, espectáculos audiovisuales).. Las nuevas técnicas mecánico-electrónicas completan esa historia de los medios de expresión audiovisual. Esta historia constituye la irresistible búsqueda de una comunicación larga y profunda de la expresión más total del hombre”.
En pos de estos principios, Villanueva orientó sus esfuerzos a un trabajo experimental creativo  con los medios que utilizan la palabra y otros materiales sonoros en conjunción con la imagen visual. Nació, así, el primer equipo móvil que presentaría en más de treinta localidades de nuestro país el  “Espectáculo  Audiovisual  Rodante ITDT”. Se recorrían dos líneas: simultáneamente la indagación a alto nivel y la puesta en contacto con el público de los resultados de esa indagación. El lenguaje audiovisual aparecía como el recurso óptimo de la comunicación humana, instrumento precioso de la expresión del hombre a través de manifestaciones tradicionales como  teatro y la danza, y de las nuevas técnicas mecánico-electrónicas. Se  ponía a la comunicad en contacto con  hechos culturales que incidían sobre ella y la iban transformando.
En 1964, el Instituto se expandió y consolidó su estructura. Instaló una sala con capacidad para 250 espectadores en la que estrenó  Villancico de  Navidad, audiovisual integrado por fotografías de imaginería popular  americana y canciones, se invitó a  distintos grupos y personas del medio para trabajar con los recursos técnicos y humanos de la sala. Se organizó el  ciclo  “Lunes y Martes del Di Tella”, para que jóvenes creadores pudieran presentar sus espectáculos de  “vanguardia”, de “laboratorio”, en un número limitado de funciones. Esto contribuyó a que el jóvenes artistas pudieran superar la sensación de impotencia y frustración de trabajar en soledad  al permitirles mostrarse; y al público, pasar de ser espectadores a “experimentadores” (tal fue el caso de  Los maderos de  San Juan –homenaje al Dr. Enrique Pichon Rivière- dirigido por  Berta Roth). Roberto Villanueva se refiere así a los espectáculos experimentales:
“…no intentan demostrar algo. Solamente plantean preguntas. Estos trabajos no niegan las obras del pasado o las convenciones del presente. Al contrario, pensamos que constituyen vías de comunicación con ellas.  En un mundo complejísimo en trance de cambio total, en un mundo no-euclidiano y no cartesiano, en mundo al mismo tiempo adormilado por saturación ante el exceso de informaciones, reclamos, estimulantes y tranquilizantes en el que aconteceres, pasiones  y palabras significan poco son necesarias nuevas  herramientas”.
Esta posición teórica y de avanzada –a la luz de las investigaciones actuales sobre el tema- se vio concretada por los trabajos realizados en 1965 en distintos soportes: audiovisuales (Poesía argentina sobre el libro de la editorial del  instituto,  introducción para Lutero,  Villancicos  de  Navidad y Klee); espectáculos para niños; cine (Muestra de cortometrajes polacos y Muestra “New  American  Cinema); y especialmente a través de cuatro espectáculos que respondían a diferentes y novedosos cánones expresivos: Lutero, de J. Osborne- primera representación en América Latina-, El desatino, de G. Gambaro –estreno absoluto de autor novel argentino; Ultra  Zum de Cecilia  Barbosa, Mimo, de  Ángel  Elizondo y Danse  Bouquet , de Ana Kamien y Marilú Marini
La actividad desarrollada en  1966 permitió incorporar nuevas líneas de trabajo a los ciclos de audiovisuales  (Lecturae Dantis, Sonocronmías, El jardín de Angelo,  Virreinal), de cine ( Fuera de las formas del cine, El expresionismo en el  Cine Mudo Alemán –en colaboración con el  Instituto Goethe-) y de  espectáculos que ofrecían ricas y fecundas  variantes ( El niño  envuelto,  Artaud 66,  ¿Jugamos a la bañadera?,  Caperucita  Roja, Drácula el vampiro, Mens  sana in corpore  sano,  El burlador, La  Fiesta, Hoy., Bonino aclara ciertas dudas, y Ostinato[1]). Todo esto contribuyó a difundir las teorías y propuestas de  Artaud, Brook,  Dewey,  Kenneth  Brown, y los proyectos escénicos de  Dadá y del Living  Theatre.
En 1967, los integrantes del CEA se propusieron tres objetivos:
-          Experimentación en las relaciones imagen-sonido y su integración en espectáculos.
-          Creación de una sala-laboratorio como centro de la actividad creadora de los jóvenes artistas de vanguardia en el terreno de las Performings Arts
-          Mantenimiento de la información de las actividades en el panorama mundial.
Estos objetivos pudieron cumplirse por la confluencia de distintos factores: el público estaba mejor dispuesto para  valorar  las experiencias allí ofrecidas y  se incrementó el número de espectadores; la sala estaba perfectamente equipada para exhibiciones audiovisuales, representaciones teatrales y danza[2], y el Instituto convocaba a calificados directores (Carlos Mathus,  Jaime  Kogan, Augusto Fernandes,  Jorge  Petraglia,  Alfredo  Rodríguez Arias) coreógrafos (Ana Kamien, Susana  Zimmermann, Oscar  Araiz, Músicos (Miguel  Ángel  Rondano, César Bolano) y grupo anticonvencionales como el “Teatro de la  Tribu” y “Les Luthiers”.
En 1968, se estrenaron una serie de espectáculos interesante por su vitalidad  -nuevas formas que de ellos emanaron-, el sentido de búsqueda- búsqueda válida en sí misma-, y  su pertenencia a creadores argentinos de diversas líneas estéticas- sobre veinte estrenos, sólo dos fueron de creadores extranjeros, Ubu encadenado, de Jarry , y Krapp, de  Beckett-. A ellos se suman los espectáculos de danza y espectáculos teatrales unipersonales y a cargo de elencos con amplia trayectoria como los dirigidos por  Carlos Mathus, Alfredo  Rodríguez  Arias, Mario  Trejo, y Carlos  Trafic. Cada una de estas realizaciones se exhibían durante dos semanas aproximadamente, y los directores, que eran al mismo tiempo autores o compaginadores de los textos y/o guiones,  se encargaban del manejo de los actores, dado que lo “irreverente” de las obras, exigía un especial estilo interpretativo.
De nuevo, las palabras de  Roberto  Villanueva publicadas en las Memorias del INTD echan luz sobre el alcance de esta irreverencia en el tratamiento de los lenguajes escénicos:
“Me interesa la búsqueda de un teatro total (…) Esto es hacer converger todos los elementos o recursos que hacen a la expresión dramática. Pero no como una sumatoria, sino como una integración. Esta integración se haría a través del actor. Del actor empleándose en su totalidad expresiva. Cuando me interesé por esta actividad, el hacer estaba centrado en la palabra, en el transcurrir dramática a través de la expresión verbal. Pensaba que habría otra serie de elementos y recursos que hacían el drama y que pasaban a segundo plano. Creí poner de relieve todos estos elementos postergando un tanto a la palabra, cono como un desprecio por ella, o en la creencia de su desentierro definitivo del teatro, sino para poderla hacerla entrar nuevamente con su verdadera fuerza y cumpliendo con su auténtica función, sin desmedro de los otros componentes que crean el drama junto con ella.  Entiéndase que no es desdén por la palabra, sino un gran respeto por ella. Creo que el tratamiento que propongo es capaz de reintegrarla al drama con su verdadero brillo. No hay que olvidar que no es sólo razón, pensamiento lógico, sino también sonido, música; se trata, en definitiva, de un tratamiento más poético de la palabra, en la poética total del drama.  En suma, la palabra (como todos los elementos que constituyen el drama) debe estar colocada en el cuerpo del hombre, del actor. Aquí, en el teatro, la palabra es voz. Mejor dicho: la voz (que es zumbido y es grito) a veces se articula en palabra y entonces puede producirse la tremenda explosión y brillo del verbo”.
Los espectáculos  ofrecidos en  1969 estuvieron marcados por dos características. La amenaza de cierre del Instituto a través de edictos policiales (lo que se hizo efectivo en  1970) y las amenazas a los artistas que allí se presentaban, muchos de los cuales debieron emigrar a  Europa (Rodríguez  Arias, Marilú Marini,  Carlos  Trafic,  Mario  Trejo, son algunos  de ellos), no impidieron que precisamente esa temporada ofreciera una serie de espectáculos capaces de sacudir al espectador. Rescato en este sentido a  Blancanieves y los  siete pecados capitales. Oratorio profano de Les Luthier, Anastasia  querida, de  Nacha Guevara dirigida por  Villanueva, la creación colectiva Tiempo de fregar, la adaptación que  Raquel  Puszkin hizo de Las  Nubes, de  Aristófanes, Fuego asoma, de José María Paolantonio, y  Casa 1 hora ¼, del  Grupo  Lobo. En la última temporada, predominarán los espectáculos de música y danza.
Una estadística encontrada en los archivos del Instituto  Di Tella señala que en a lo largo de cinco temporadas de doce meses se ofrecieron 1.700 funciones (17 producciones por año) un record importante que no resulta empañado por otras cifras: 144.000 espectadores (promedio nueve personas por función). Lo verdaderamente importante es que el Di Tella lanzó a  Griselda Gambaro en el ámbito nacional cuando el absurdo no terminaba de imponerse; uno de nuestros directores más calificados, Jorge  Petraglia, pudo concretar allí sus propuestas renovadoras; Nacha  Guevara dijo sus canciones de protesta; hizo lo suyo el flamante Bonino y conocimos el primer happening –como lo analizaremos en la próxima entrega; Les Luthiers hallaron eco para su especial prédica y el más polémico de los conjuntos que cobijó, el Grupo Lobo, consiguió recorrer en poco tiempo, el difícil camino que va de lo sensacionalista a lo auténtico; pero también  tuvieron cabida las coreografías de Oscar  Aráiz y Susana Zimmermann, las danzas de Iris  Scacheri y Marilú Marini.
Para concluir esta primera aproximación, considero importante señalar algunos datos sobre el ITDT: 1) que su funcionamiento coincidió con el estreno y la edición de casi toda la producción realista; 2) que recibió constantes ataques y críticas acerbas por críticas y dramaturgos que sustentabas diferentes criterios sobre la función del teatro; que convocó a un tipo de público diferentes al de los teatros oficiales, comerciales, y aun de los independientes; fue el único ámbito que favoreció la creación y concreción de obras (terminadas y en proceso) con absoluta libertad, sin sujeción a compromisos políticos o ideológicos, y ajenos a todo concepto de éxito comercial; un gran número de artistas que allí participaron fueron  (y son) mundialmente reconocidos.

[1] María  Fernanda  Pinta incluye a Ugh! , de  Cecilia  Barbosa, que tuvo una única función. En su libro ya citado aparece también la lista completa de todos los espectáculos ofrecidos hasta  1970 y su ficha técnica.
[2]  Un  detalle  completo del equipo técnico aparece en la citada Revista   Espacio

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